Espacios de color
Adolphe
no solo siente el color, también lo piensa y lo crea, lo mezcla con las sensaciones
que le producen los días, las cosas, las personas, las experiencias, los
conceptos y por supuesto el espíritu. Al
hacer una revisión cronológica de su obra, podemos percibir que el color no
solo lo expresa en forma bidimensional, sino también mediante el volumen porque
sus composiciones nos atrapan en una tridimensionalidad. En
el ambiente que genera Adolphe el color habla por si solo, en su estado más
puro, en lo más abstracto y en lo más absurdo, me refiero a esto último, como
lo paradójico de nuestro ojo humano, en el que se encuentran todos los colores
reflejados menos el que realmente creemos ver, siendo invisible a nuestra vista
y el cual sólo lo podemos comprender a través de nuestra alma. Recordemos
los mosaicos romanos y bizantinos que llenaban de color la habitación, el
efecto de las coloraciones dentro de los lugares era sorprendente, la forma en
que proyectaban la naturaleza de la vida se volvía una experiencia de unión. En
la gama de colores de Adolphe encontramos movimiento, expresión, tensión calma,
quietud, amor, serenidad, ira, paz, descontrol; colores que van desde un rojo
claro a un azul casi negro, son composiciones de diferentes coloraciones que
convergen y se funden lentamente haciendo la justa transición de uno a otro, y
es precisamente ahí donde descubrimos los matices de la naturaleza, simplemente
de la vida. Nos rodean todo el tiempo, al ver el cielo cuando se aproxima la
tormenta, en los colores de un arcoíris, en la tonalidad de nuestra piel cuando
algo nos enerva o nos extasía; en toda la vida hay colores y cada uno de ellos
lo percibimos en diferentes intensidades. La
formas, la orientación, la claridad y la luminosidad que traza Adolphe van en
comunión con los colores, en una forma armónica que genera un equilibrio dentro
de la composición. Estas estructuras que crea el artista nos definen un lugar,
un espacio público y al mismo tiempo personal, una ventana hacia el mundo
interno en el que se encuentran las preocupaciones, lo común con el otro, lo
que nos vuelve humanos, y que nos lleva a cuestionar nuestra comprensión sobre
la pintura y la vida misma. Elizabeth Rosas |